martes, 23 de octubre de 2012

AUTORIDAD Y EDUCACIÓN. Carlos Aurelio.


AUTORIDAD Y EDUCACIÓN:
Si actualmente hay algo especialmente devaluado en la Sociedad que nos ha tocado vivir, eso es la AUTORIDAD; no está de moda, y la gente (padres, profesores y educadores) teme ser tildada de “autoritaria” si insinúa que habría que utilizarla con los niños y adolescentes…
Se ha pasado de un modelo de sociedad en el que los adultos tenían la vara de mando, a los que había que obedecer sin discusión, al actual momento en el que, por lo general, son (o casi) menores los que mandan sobre sus padres, profesores, etc.
Parece ser que los niños –y niñas- poseen todos los derechos y los mayores debemos ser sus servidores/conseguidotes; y sin que los niños y adolescentes deban asumir responsabilidad de clase alguna, e ir madurando como personas, encaminándose hacia la adultez.
Es realmente increíble que haya que recordar, a estas alturas, que los jóvenes y menos jóvenes han de ir asumiendo responsabilidades acordes con su edad, y que éste es el único camino para que cuando sean mayores logren ser personas autónomas, responsables de sus actos…
Educar es, también, poner límites: Es imprescindible para que un niño crezca de manera “constructiva” que sepa gestionar las frustraciones, es importantísimo que los adultos que para él son importantes, se atrevan a decirle ¡NO!
Poner límites a un hijo (o a un alumno) es proporcionarle un entorno de seguridad, es protegerlo de peligros, hasta que el menor sea capaz de ser consciente de ellos. Ponerle límites es enseñarle a vivir relaciones de calidad, relaciones de respeto a los demás, a respetar su territorio de responsabilidad y el de los otros. Poner límites a los hijos es enseñarles que las normas no son algo caprichoso, sino que –como mínimo- nos las damos para evitar que nos molestemos lo menos posible los unos a los otros…
Ponerle límites a los menores es enseñarles que la vida “también es frustración”, situaciones no gratas, sentirse contradicho, y que todo ello es inevitable.
Decirle NO a un hijo es enseñarle a que él también sepa decir NO a determinadas cosas que no le convienen, y lo que es más importante: que los menores aprendan que “decir no” no significa romper las relaciones con las demás personas.
No es fácil decir  NO, pues suele generar frustraciones, sentimientos negativos, conflictos no sólo con el hijo, sino con el otro progenitor; no es tarea fácil ponerse de acuerdo entre los papás a la hora de decidir sobre el grado de exigencia, o lo que se ha de permitir, o no, a los menores…
Otro obstáculo importante son los recuerdos que uno tenga sobre el ejercicio de la autoridad de nuestros padres y educadores, generalmente solemos guardar memoria de tal asunto como algo represivo, e incluso vejatorio; lo cual suele conducirnos a no asumir nuestra obligación de ejercer la autoridad como padres de nuestros hijos…
Tampoco hay que olvidar la frecuencia con que, algunos padres y madres hacen dejación de su responsabilidad, por temor a ser rechazados, o ser poco valorados, sentirse poco queridos por sus hijos… No se olvide que la ideología educativa de moda es “yo soy el mejor amigo de mi hijo”. También hay padres y madres reacios a ejercer la  autoridad por miedo a hacer sufrir a sus hijos, a hacerles daño; decepcionarlos,pero sobre todo lo que más abunda es el temor a entrar en conflicto con los hijos…
Por supuesto, ejercer la autoridad parental implica la necesidad –en muchas ocasiones- de tener que “explicarse” ante los hijos; lo cual no es equivalente a disculparse o pedir perdón por tal cosa.
Para estar acertado en el ejercicio de la patria potestad (como lo llama el Código Civil español) hay que estar alerta para no caer en actitudes autoritarias, lo cual supone estar atentos a las necesidades de nuestros hijos (nada hay más insensato que intentar educar a todos nuestros hijos por igual, pues cada cual es diferente, y por supuesto cada uno tiene diferentes necesidades) y tener la humildad (otra cosa que no está de moda) necesaria para revisar normas, cuando sea preciso, y así evitar ser demasiado severos, rígidos, etc.
El ejercicio de la autoridad con nuestros hijos (o alumnos) requiere tener con ellos una relación cálida, con ingredientes como el afecto, la confianza, una relación de calidad en la que ellos se sientan amados, reconocidos, apoyados, en un entorno de seguridad material y afectiva, acompañados en su caminar hacia la adultez.
El ejercicio de la autoridad debe estar hecho de firmeza, pero también de flexibilidad. La rigidez conduce a que los niños tengan de confianza en sí mismos, en sus posibilidades, se traduce en agresividad, crispación,… Por el contrario, la ausencia de firmeza produce en el hijo inseguridad, e incluso cabe que sea interpretada como que no les importa a sus padres, indiferencia, desamor.
Pero, lo más importante sin duda es la coherencia: de poco vale todo lo que hagamos o proclamemos, si no somos lo suficientemente disciplinados y exigentes con nosotros mismos en nuestra vida cotidiana; si no somos coherentes muy poca “autoridad moral” podemos tener para ser exigentes con nuestros hijos….

Carlos Aurelio Caldito Aunión.

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