San
Antonio María Claret, obispo
Antonio Claret y Clará nació en Sallent (Barcelona,
España) el 23 de diciembre de 1807. Era el quinto de once hijos de Juan Claret y
Josefa Clará. Le bautizaron el día de Navidad. La escasa salud de su madre hizo
que se le pusiera al cuidado de una nodriza en Santa María de Olot. Una noche en
que Antonio se quedó en la casa paterna se hundió la casa de la nodriza muriendo
todos en el accidente. Para Claret aquello supuso siempre una señal de la
providencia.
La cuna de Claret fue sacudida constantemente por el
traqueteo de los telares de madera que su padre tenía en los bajos de la casa.
Ya desde sus primeros años Antonio dio muestras de una inteligencia y de buen
corazón. A los cinco años, pensaba en la eternidad: por la noche, sentado en la
cama, quedaba impresionado por aquel "siempre, siempre, siempre". El mismo
recordaría estas palabras, más tarde, siendo Arzobispo:
"Esta idea de la eternidad quedó en mí tan grabada,
que, ya sea por lo tierno que empezó en mí o ya sea por las muchas veces que
pensaba en ella, lo cierto es que es lo que más tengo presente. Esta misma idea
es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y me hará trabajar mientras
viva, en la conversión de los pecadores" (Aut. nº 9)
La guerra popular contra Napoleón embargaba vivamente
el ambiente de la época. Sus soldados pasaban frecuentemente por la villa entre
los años 1808 y 1814. Hasta los sacerdotes del pueblo se habían sumado a la
lucha. En 1812 se promulgaba la nueva Constitución.
Mientras, Antonio jugaba, estudiaba, crecía... Dos
amores destacaban ya en el pequeño Claret: la Eucaristía y la Virgen. Asistía
con atención a la misa; dejaba momentáneamente el juego para visitar a Jesús en
la iglesia siempre que no ocasionara molestias a sus compañeros; iba con
frecuencia, acompañado de su hermana Rosa, a la ermita de Fusimaña y rezaba
diariamente el rosario.
Una debilidad de Antonio eran los libros. Se los
devoraba. Pocas cosas contribuyeron tanto a la santidad de Antonio como sus
lecturas, las primeras lecturas de su infancia. Porque sus lecturas eran
escogidas. Pero ya entonces Antonio tenía una ilusión: llegar a ser sacerdote y
apóstol. Sin embargo, su vocación debería recorrer todavía otro
itinerario.
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Entre los Telares:
Toda su adolescencia la pasó
Antonio en el taller de su padre. Pronto consiguió llegar a ser maestro en el
arte textil. Para perfeccionarse en la fabricación pidió a su padre que le
permitiera ir a Barcelona, donde la industria estaba atrayendo a numerosos
jóvenes. Allí se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja.
Trabajaba de día, y de noche estudiaba. Aunque seguía siendo un buen cristiano,
su corazón estaba centrado en su trabajo. Gracias a su tesón e ingenio llegó
pronto a superar en calidad y belleza las muestras que llegaban del extranjero.
Un grupo de empresarios, admirados de su competencia, le propusieron un plan
halagüeño: fundar una compañía textil corriendo a cuenta de ellos la
financiación y el montaje de la fábrica. Pero Antonio, inexplicablemente, se
negó. Dios andaba por medio.
Unos cuantos hechos le hicieron más sensible el oído
a la voz de Dios.
a) Un amigo a quien estimaba mucho tenía el grave vicio del
juego. Llegó a robarle sus ahorros para jugarlos y cuando los perdió,
desesperado robó una joyas valiosas, las cuales también perdió en el juego. La
policía siguiendo el rastro de las joyas dio con él y lo encarceló; todos
comenzaron a calumniar a Antonio, diciendo que era cómplice de su amigo. Esta
experiencia empezó a crear en su corazón un disgusto por el mundo, las amistades
y las riquezas.
b)El segundo hecho que le ocurrió fue estando un día
con unos amigos en la playa, metió los pies para refrescarse en el agua, y de
pronto una ola gigantesca lo arrastró hacia mar adentro, y Antonio que no sabía
nadar se estaba ahogando. De sus labios solo salió un grito "Virgen Santa,
salvadme" , y sin saber cómo, Antonio estaba en la orilla, sano y salvo y para
colmo sus vestidos secos totalmente.
c)El tercer hecho fue el que le ocurrió al ir a
visitar a un amigo a su casa. Cuando llegó, el amigo no se encontraba y quien
estaba en casa era la esposa. Ella, dándose cuenta de la gallardía de Antonio,
quedó cegada con un amor indigno y le dijo: "Antonio, ¡qué diferente eres de mi
esposo, siempre agrio y despectivo! Quisiera que fuéramos buenos
amigos".
Claret huye de la tentación. "Señora, vuestro esposo
tarda y tengo mucho que hacer..." Ella intentó detenerle, pero en vano. Antonio
se deshace de ella para no volver más.
Por fin, las palabras del Evangelio: "¿De qué le vale
al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?", le impresionaron
profundamente.
Los telares se pararon en seco, y Antonio se fue a
consultar a los oratorianos de San Felipe Neri. Por fin tomó la decisión de
hacerse cartujo y así se lo comunicó a su padre. Su decisión de ser sacerdote
llegó a oídos del obispo de Vic D. Pablo de Jesús Corcuera que quiso conocerle.
Antonio salía de Barcelona a principios de septiembre de 1829 camino de Sallent
y Vic. Tenía 21 años y estaba decidido a ser sacerdote.
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En el Seminario
En el seminario de Vic, forja de
apóstoles, Claret se formó como seminarista externo viviendo como fámulo de Don
Fortià Bres, mayordomo del palacio episcopal. Pronto iba a destacar por su
piedad y por su aplicación. Eligió como su confesor y director al oratoriano P.
Pere Bac. Después de un año llegó el momento de llevar a cabo su decisión de
entrar en la cartuja de Montealegre, y hacia allí salió, pero una tormenta de
verano que lo sorprendió en el camino dio al traste con sus planes. Tal vez Dios
no le quería de cartujo. Dio media vuelta y retornó a Vic.
Este hecho nos muestra la apertura tan grande de San
Antonio a las inspiraciones del Espíritu Santo y a las obras y señales de
Dios.
Al siguiente año, Antonio pasó la prueba de fuego de
la castidad en una tentación que le sobrevino un día en que yacía enfermo en la
cama. Vio que la Virgen se le aparecía y, mostrándole una corona, le decía:
"Antonio, esta corona será tuya si vences". De repente, todas las imágenes
obsesivas desaparecieron. Siempre la Virgen Santísima sale a la defensa y
auxilio de sus hijos.
Bajo la acertada guía del obispo Corcuera el ambiente
del Seminario era óptimo. En él trabó amistad con Jaime Balmes, que se ordenaría
de Diácono en la misma ceremonia en que Claret se ordenó de Subdiácono. Fue en
esta época cuando Claret entró en un profundo contacto con la Biblia, que le
impulsaría a un insaciable espíritu apostólico y misionero.
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Sacerdote:
A los 27 años, el 13 de junio de 1835,
el obispo de Solsona, Fray Juan José de Tejada, ex-general de los Mercedarios,
le confería, por fin, el sagrado orden del Presbiterado, junto con otros
compañeros seminaristas. Su primera misa la celebró en la parroquia de Sallent
el día 21 de junio, con gran satisfacción y alegría de su familia. Su primer
destino fue precisamente Sallent, su ciudad natal.
A la muerte de Fernando VII la situación política
española se había agravado. Los constitucionales, imitadores de la Revolución
francesa, se habían adueñado del poder. En las Cortes de 1835 se aprobaba la
supresión de todos los Institutos religiosos. Se incautaron y subastaron los
bienes de la Iglesia y se azuzó al pueblo para la quema de conventos y matanza
de frailes. Contra este desorden pronto se levantaron las provincias de Navarra,
Cataluña y el País Vasco, estallando la guerra civil entre carlistas e
isabelinos.
Pero Claret no era político. Era un apóstol. Y se
entregó en cuerpo y alma a los quehaceres sacerdotales a pesar de las enormes
dificultades que le suponía el ambiente hostil de su ciudad natal. Su caridad no
tenía límites. Por eso, los horizontes de una parroquia no satisfacían el ansia
apostólica de Claret. Consultó y decidió ir a Roma a inscribirse en "Propaganda
Fide", con objeto de ir a predicar el Evangelio a tierras de infieles... Corría
el mes de septiembre de 1839. Tenía 31 años.
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En Roma busca su identidad misionera:
Con un
hatillo y sin dinero, a pie, un joven cura atravesó los Pirineos camino de la
ciudad eterna. Llegado a Marsella tomó un vapor a Roma. Ya en la ciudad eterna,
Claret hizo los ejercicios espirituales con un padre de la Compañía de Jesús. Y
se sintió llamado a ingresar como novicio jesuita; había ido a Roma para
ofrecerse como misionero del mundo, pero Dios parecía no quererle ni misionero
"ad gentes" ni tampoco jesuita. Una enfermedad -un fuerte dolor en la pierna
derecha- le hizo comprender que su misión estaba en España. Después de tres
meses abandonó el noviciado por consejo del P. Roothaan.
Regresado a España, fue destinado provisionalmente a
Viladrau, pueblecito entonces de leñadores, en la provincia de Gerona. En
calidad de Regente (el párroco era un anciano impedido) emprendió su ministerio
con gran celo. Tuvo que hacer también de médico, porque no lo había ni en el
pueblo ni en sus contornos, utilizando yerbas y ungüentos medicinales para
aliviar las penas de los que venían a verle.
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Misionero Apostólico en Cataluña:
Como Claret no
había nacido para permanecer en una sola parroquia, su espíritu le empujó hacia
horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba con 33 años recibió de
Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien destinado al
servicio de la Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros
había desaparecido desde San Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue
misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de
hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las
tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y
comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas
quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona,
Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de
gente cuando hablaba el P. Claret.
Caminando hacia Golmes le invitaron a detenerse
porque sudaba; él respondía con humor: "Yo soy como los perros, que sacan la
lengua pero nunca se cansan".
"Padre, confiese a mi borrico" -le dijo un arriero
con tono burlón. "Quien se ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas
7 años sin hacerlo y te hace buena falta". Y aquel hombre se
confesó.
En otra ocasión sacó de apuros a un pobre hombre,
contrabandista, convirtiendo en alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros
que les echaron el alto. La mayor sorpresa se la llevó el buen hombre cuando, al
llegar a su casa, observó que el fardo de alubias se había convertido de nuevo
en tabaco. Son algunas de las "florecillas claretianas" de aquella
época.
Otros hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo
se destacaba su virtud de penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le
calumniaban y que procuraban impedir su labor misionera teniendo que salir en su
defensa el arzobispo de Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía
y salía airoso de todas las emboscadas que le tendían.
Además de la predicación, el P. Claret se dedicaba a
dar Ejercicios Espirituales al clero y a las religiosas, especialmente en
verano. En 1844 , por ejemplo, los daba a las Carmelitas de la Caridad de Vic,
asistiendo a ellos Santa Joaquina Vedruna.
Durante este tiempo también publicó numerosos
folletos y libros. De entre ellos cabe destacar el "Camino Recto", publicado en
1843 por primera vez y que sería el libro de piedad más leído del siglo XIX.
Tenía 35 años. En 1847 fundaba junto con su amigo José Caixal, futuro obispo de
Seu D'Urgel y Antonio Palau la "Librería Religiosa". Ese mismo año fundaba la
Archicofradía del Corazón de María y escribía los estatutos de La Hermandad del
Santísimo e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por
sacerdotes y seglares, hombres y mujeres.
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Apóstol de las Islas Canarias: ( marzo 1848 - mayo
1849)
El 6 de marzo de 1848 salía de Cádiz para las islas Canarias con el
recién nombrado obispo D. Buenaventura Codina. Tenía 40 años. Y es que tras la
nueva rebelión armada de 1847 ya no era posible dar misiones en Cataluña. Desde
el Puerto de la Luz de Gran Canaria hasta los ásperos arenales de Lanzarote
resonó la convincente voz de Claret. Misionó Telde, Agüimes, Arucas, Gáldar,
Guía, Firgas, Teror... El milagro de Cataluña se repitió de nuevo. Claret tuvo
que predicar en las plazas, sobre los tablados, al campo libre, entre multitudes
que lo acosaban. A pesar de una pulmonía no cesó en su intenso trabajo. En
Lanzarote da misiones en Teguise y Arrecife.
Gastó 15 meses de su vida en las Canarias, y dejó
atrás conversiones, prodigios, profecías y leyendas. Los canarios vieron partir
con lágrimas en los ojos un día a su "padrito" y lo despidieron con añoranza.
Era en los últimos días de mayo de 1849. Aún perdura su
recuerdo.
"Estos canarios me tienen robado el corazón... será
para mí muy sensible el día en que los tendré que dejar para ir a misionar a
otros lugares, según mi ministerio" (Carta al obispo de Vic, 27 de
sept.).
S. Antonio M. Claret es Copatrono de la Diócesis de
Canarias junto con la Virgen del Pino.
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Fundador y director espiritual
Poco después, el 16 de julio de 1849, a las tres de
la tarde en una celda del seminario de Vic fundaba San Antonio María Claret la
Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Tenía 41
años. Eran los Cofundadores los PP. Esteban Sala, José Xifré, Manuel Vilaró,
Domingo Fábregas y Jaime Clotet.
"Hoy comienza una gran obra" -dijo el P.
Claret.
¿Cómo serán los Hijos del Inmaculado Corazón de
María?
"Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre
que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura
por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada
le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los
sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No
piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en
procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios
y la salvación de las
almas"
El Padre Claret sabía que era impulsado por Dios; y
Dios le reveló tres cosas:
1) Que la Congregación se extendería por todo el
mundo.
2) Que duraría hasta el fin de los tiempos.
3) Que todos los que
murieran en la Congregación se salvarían.
En la espléndida floración de nuevos institutos
religiosos que se operó en el siglo XIX, fue el confesor real el más decidido
colaborador que se encontraron casi todos los fundadores y fundadoras de su
tiempo. Con la Madre París ya había fundado en Cuba el año 1855 el Instituto de
Religiosas de María Inmaculada, llamadas misioneras claretianas, para la
educación de las niñas.
Bajo su dirección espiritual se incluyen Santa
Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de las Adoratrices, y Santa Joaquina
de Vedruna, fundadora de las Carmelitas de la Caridad.
Intervino directa o indirectamente en otras
fundaciones. Se relacionó con Joaquím Masmitjà, fundador de las Hijas del
Santísimo e Inmaculado Corazón de María, con D. Marcos y Dña. Gertrudis
Castanyer fundadores de las Religiosas Filipenses, con María del Sagrado Corazón
fundadora de las Siervas de Jesús, con Ana Mogas fundadora de las Franciscanas
de la Divina Pastora. Le encontramos con Fracesc Coll fundador de las Dominicas
de la Anunciata. También tuvo parte en la fundación de las Esclavas del Corazón
de María, de la M. Esperanza González. Y habría que añadir su influjo en la
Compañía de Santa Teresa, Religiosas de Cristo Rey, etc.
Todas estas instituciones nacieron o germinaron
gracias al P.Claret.
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Arzobispo de Santiago de Cuba: (1851-1857)
Un
hecho de capital importancia puso pronto en peligro su recién fundado Instituto.
El P. Claret era nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba. Aceptó el cargo después
de todos los intentos de renuncia el 4 de octubre de 1849 y el día 6 de octubre
de 1850 era consagrado obispo en la catedral de Vic. Tenía 42 años. Antes de
embarcarse para Cuba y después de ir a Madrid a recibir el palio y la gran cruz
de Isabel la Católica efectuó tres visitas: a la Virgen del Pilar, en Zaragoza,
a la Virgen de Montserrat y a la Virgen de Fusimaña, en Sallent, su Patria
chica. Y aún le dio tiempo, antes de partir, para fundar las "Religiosas en sus
Casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María, actual Filiación
Cordimariana." En el puerto de Barcelona un inmenso gentío despidió al Arzobispo
Claret con una apoteósica manifestación.
En el viaje hacia La Habana aprovechó para dar una
misión a bordo para todos los pasajeros, oficialidad y tripulación. Y al fin...
Cuba. Seis años gastaría Claret en la diócesis de Santiago de Cuba, trabajando
incansablemente, misionando, sembrando el amor y la justicia en aquella isla en
la que la discriminación racial y la injusticia social reinaban por
doquier.
Fue un Arzobispo evangelizador por excelencia.
Renovó todos los aspectos de la vida de la iglesia: sacerdotes, seminario,
educación de niños, abolición de la esclavitud... En cinco años realizó cuatro
veces la visita pastoral de la diócesis. El pueblo de Baracoa, por ejemplo,
tenía 62 años que no veía obispo alguno.
Se enfrentó a los capataces, les arrancó el látigo de
las manos... Un día reprendió a un rico propietario que maltrataba a los pobres
negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no estaba
dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intentó darle una lección. Tomó
dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les prendió fuego y pulverizó las
cenizas en la palma de su mano. "Señor, -le dijo- ¿podría decir qué diferencia
hay entre las cenizas de estos dos papeles? Pues así de iguales somos los
hombres ante Dios".
El P. Claret tenía una capacidad inventiva que
denotaba un ingenio poco común. En Holguín se organizaron fiestas populares. El
número fuerte del programa era el lanzamiento de un globo tripulado por un
hombre. El artefacto aerostático era de los primeros que se ensayaban en
aquellos tiempos. No tuvo éxito; comenzó a elevarse, pero el piloto perdió el
control y cayó en un pequeño barranco. El Arzobispo estudió el problema y un día
sorprendió a todos: "Hoy he dado con el sistema de la dirección de los globos".
Y les mostró un diseño, que todavía hoy se conserva.
Era un hombre práctico. Fundó en todas las parroquias
instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores; creó escuelas
técnicas y agrícolas, estableció y propagó por toda Cuba las Cajas de Ahorros,
fundó asilos, visitó cuatro veces todas las ciudades, pueblos y rancherías de su
inmensa diócesis. Siempre a pie o a caballo.
Pero ni siquiera en Cuba le dejaron en paz sus
enemigos. La tormenta de atentados llegó al cúlmen en Holguín, donde fue herido
gravemente por un sicario a sueldo de sus enemigos, al que había sacado poco
antes de la cárcel, cuando salía de la iglesia. El P. Claret, casi agonizando,
pidió que perdonaran al criminal. A pesar de todo, sus enemigos siguieron sin
perderle de vista.
Estas son las palabras del propio Santo:
"Yo bajé
del púlpito fervorosísimo, cuando he aquí que al concluir la función, había
mucha gente y todos me saludaban. Se acercó un hombre, como si me quisiera besar
el anillo; pero al instante alargó el brazo, armado con una navaja de afeitar, y
descargó el golpe con todas su fuerza. Pero yo llevaba la cabeza inclinada y con
el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme
el cuello, como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde la frente
a la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió el brazo
derecho.
Hecha la primera cura, me llevaron a la casa. No
puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que
había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por el amor de
Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades
Evangélicas.
En la curación de las heridas ocurrieron tres cosas
prodigiosas: la primera fue la curación momentánea de una fístula que los
facultativos habían dicho que duraría. Con el corte de la herida se rompieron
completamente las glándulas salivales. Tenían que operarme al día siguiente. Yo
me encomendé a la Santísima Virgen María, me ofrecí y resigné a la voluntad de
Dios, y al instante quedé curado.
El segundo prodigio fue que la cicatriz del brazo
quedó como una imagen de la Virgen Dolorosa, de medio cuerpo, y además de
relieve tenía colores blanco y morado. Se fue desvaneciendo con los
años.
El tercer prodigio fue el pensamiento de la Academia
de San Miguel, pensamiento que tuve en los primeros días de hallarme en cama y
que fue aprobada por el Papa Pío IX."
Los católicos de Cuba lo recuerdan con profundo
cariño y veneración.
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Confesor de la Reina Isabel II y Misionero en la
Corte y en España: (1857-1868).
Al cabo de seis años en Cuba un día le
entregaron un despacho urgente del capitán general de La Habana en el que se le
comunicaba que su Majestad la Reina Isabel II le llamaba a Madrid. Era el 18 de
marzo de 1857.
Llegado a Madrid, supo el P. Claret que su cargo era
definitivamente el de confesor de la Reina. Contrariado aceptó, pero poniendo
tres condiciones: no vivir en palacio, no implicarle en política y no guardar
antesalas teniendo libertad de acción apostólica.
Tenía 49 años cuando regresó de Cuba. Pero Claret no
había nacido para cortesano. En los 11 años que permaneció en Madrid, su
actividad apostólica en la Corte fue intensa y continuada. Pocas fueron las
iglesias y conventos donde su voz no resonara con fuerza y convicción. Desde la
iglesia de Italianos, situada en la actual ampliación de las Cortes y desde la
iglesia de Montserrat, donde está situado actualmente el Teatro Monumental,
desarrolló una imparable actividad. Principalmente se hizo notar en sus misiones
al pueblo y en sus ejercicios al clero.
Restauró El Escorial y organizó en él un centro de
estudio.
"Pero en la corte me sentía como un pájaro
enjaulado... como perro atado... Tengo unos deseos tan grandes de salir de
Madrid para ir a predicar por todo el mundo que no lo puedo explicar... Sólo
Dios sabe lo que sufro... Cada día tengo que hacer actos de resignación
conformándome a la voluntad de Dios..."
"No tengo reposo, ni mi alma halla consuelo sino
corriendo y predicando"
Los viajes con la Reina. Mientras la acompañaba en
sus giras por España aprovechaba también para desarrollar un intenso apostolado.
A primeros de junio de 1858 la real caravana rodaba por las llanuras de la
Mancha, Alicante, Albacete, Valencia... y en julio por Castilla, León, Asturias
y Galicia.
El recorrido por el sur fue de un entusiasmo
extraordinario, llegando a predicar en un solo día 14 sermones. El Reino de Dios
era anunciado y el pueblo respondía con generosidad. "En estos viajes, la Reina
reúne a la gente y yo les predico".
"Oh Virgen Y Madre de Dios... soy hijo y misionero
vuestro formado en la fragua de vuestra misericordia y amor...
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Presidente del Monasterio de El Escorial:
La Reina
le nombró Presidente del Real Monasterio de El Escorial para su restauración,
dado su lastimoso estado a raíz de la ley de exclaustración de 1835. Desempeñó
este cargo desde el año 1859 hasta el año 1868. Corto tiempo, pero suficiente
para dar muestras de su talento organizador. Se repararon las torres y alas del
edificio, así como la gran basílica. Se restauraron el coro y los altares, se
instalaron dos órganos, se adquirió material científico para los gabinetes de
Física y laboratorios de Química, se restauró la destartalada biblioteca y se
construyó otra nueva; se repoblaron los jardines, se plantaron gran cantidad de
árboles frutales y de jardín. Con todo, el Arzobispo ponía anualmente en manos
de la Reina un buen superávit. Parecía un milagro.
Con la restauración material emprendió la espiritual.
Creó una verdadera Universidad eclesiástica, con los estudios de humanidades y
lenguas clásicas, lenguas modernas, ciencias naturales, arqueología, escolanía y
banda de música. Estudios de Filosofía y Teología, con Patrística, Liturgia
Moral y ciencias Bíblicas, lenguas caldaica, hebrea, arábiga, etc. Hizo de este
monasterio uno de los mejores centros de España. Y gracias a su afán recuperó su
esplendor la octava maravilla del mundo.
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Apóstol de la prensa:
"Antonio, escribe", -le
dijeron Cristo y la Virgen-.
Como una enorme y sensible pantalla de radar, Claret
escrutaba continuamente los signos de los tiempos: "Uno de los medios que la
experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el bien es la imprenta,
-decía-, así como es el arma más poderosa para el mal cuando se abusa de
ella".
Escribió unas 96 obras propias (15 libros y 81
opúsculos) y otras 27 editadas, anotadas y a veces traducidas por él. Sólo si se
tiene en cuenta su extrema laboriosidad y las fuerzas que Dios le daba, se puede
comprender el hecho de que escribiera tanto llevando una dedicación tan intensa
al ministerio apostólico. Claret no era solamente escritor. Era propagandista.
Divulgó con profusión los libros y hojas sueltas. En cuanto a su difusión
alcanzó cifras verdaderamente importantes.
Jamás cobraba nada de la edición y venta de sus
libros; al contrario, invertía en ello grandes sumas de dinero. ¿De dónde lo
sacaba? De lo que obtenía por sus cargos y de los donativos.
"No todos pueden escuchar sermones... pero todos
pueden leer..."
"El predicador se cansa... el libro siempre está a punto...
Son los libros la comida del alma..."
Entre el centenar de obras de todos tamaños que
escribió, destacan:
"Avisos" a toda clase de personas.
"El camino
recto"
"El catecismo explicado"
"El colegial instruido"
"Los libros son la mejor limosna".
En el año 1848 había fundado la Librería Religiosa
junto al Dr.Caixal, futuro obispo de Seo de Urgel, precedida por la "Hermandad
espiritual de los libros buenos", que durante los años que estuvo bajo su
dirección hasta su ida a Cuba imprimió gran cantidad de libros, opúsculos y
hojas volantes, con un promedio anual de más de medio millón de impresos. En el
primer decenio de la fundación recibió la felicitación personal del Papa Pío
IX.
Aún sacerdote fundó la Hermandad del Santísimo e
Inmaculado Corazón de María, cuya finalidad era la de mantener permanentemente
la difusión de los libros y constituyó uno de los primeros ensayos de apostolado
seglar activo por estar integrada por sacerdotes y seglares de ambos
sexos.
Una de sus obras más geniales fue la fundación de la
Academia de San Miguel (1858). En ella pretendía agrupar las fuerzas vivas de
las artes plásticas, el periodismo y las organizaciones católicas; artistas,
literatos y propagandistas de toda España para la causa del Señor. Gracias a su
prestigio consiguió reunir en ella las figuras más representativas del campo
católico español. En nueve años se difundieron gratuitamente numerosos libros,
se prestaron otros muchos y se repartió un número incalculable de hojas
sueltas.
Y fundó las bibliotecas populares en Cuba y en
España. Más de un centenar llegaron a funcionar en España en los últimos años de
su vida.
Bien merece el P.Claret el título de apóstol de la
prensa.
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Un hombre Santo:
La suntuosidad cortesana no
impidió al P. Claret vivir como el religioso más observante. Cada día dedicaba
mucho tiempo a la oración. Su austeridad era proverbial y su sobriedad para las
comidas y bebidas, admirable.
Este era su horario. Dormía apenas seis horas
levantándose a las tres de la mañana. Antes que se levantaran los demás tenía
dos horas de oración y lectura de la Biblia, luego otra hora con ellos,
celebraba su Eucaristía y oía otra en acción de gracias, desde el desayuno hasta
las diez confesaba y luego escribía. Lo que peor soportaba era la hora de
audiencia hacia las doce. Por la tarde predicaba, visitaba hospitales, cárceles,
colegios y conventos.
Su pobreza era ejemplar. Un día se llevó un susto al
llevarse la mano al bolsillo. Le pareció haber encontrado una moneda, pero
enseguida se repuso, no era una moneda, sino una medalla. En una ocasión no
teniendo otra cosa para poder auxiliar a un pobre empeñó su cruz
arzobispal.
San Antonio era un verdadero místico. Varias veces se
le vio en estado de profundo ensimismamiento ante el Señor. Un día de Navidad,
en la iglesia de las adoratrices de Madrid, dijo haber recibido al Niño Jesús en
sus brazos.
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En Intimidad con el Señor:
La clave de toda la
espiritualidad de San Antonio es el amor al Santísimo Sacramento, que devoró su
corazón durante toda su vida. Este amor es el que le hace transformarse en
Cristo, en Cristo paciente y sacrificado.
Desde niño acudía con frecuencia a la Santa Misa,
reconociendo a Cristo realmente presente en la Eucaristía, fuente de toda su
vida.
Dice San Antonio: "Sentía cómo el Señor me llamaba y
me concedía el poder identificarme con El. Le pedía que hiciese siempre su
voluntad.
La vivencia de la presencia de Jesús en la
Eucaristía, en la celebración de la Misa o en la adoración de Jesús Sacramentado
era tan profunda que no la sabía explicar. Sentía y siento su presencia tan viva
y cercana que me resulta violento separarme del Señor para continuar mis tareas
ordinarias".
Un privilegio incomparable del que fue objeto fue la
conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra durante nueve
años. Así lo escribió en su Autobiografía:
"El día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración
en la iglesia del Rosario de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me
concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales, y
tener siempre día y noche el santísimo sacramento en mi pecho. Desde entonces
debía estar con mucho más devoción y recogimiento interior. También tenía que
orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo manifestaba el
Señor en otras oraciones."
Esta presencia, casi sensible, de Jesús en el P.
Claret debió ser tan grande, que llegó a exclamar: "En ningún lugar me encuentro
tan recogido como en medio de las muchedumbres".
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Imagen de los dos corazones que colgaba en su
cuarto
Devoción a la Virgen María, Madre y Maestra:
Desde niño, la devoción y el amor a la Santísima
Virgen marcaron la vida de San Antonio. La Virgen Santísima era para él la
estrella que le guiaba en su vida. Siempre la visitaba en el altar de su
parroquia y se imaginaba que sus oraciones subían al cielo por unos "hilos
misteriosos". Le gustaba visitar a la Santísima Virgen en su santuario de
Fusimaña.
De niño, todos los días rezaba una parte del Santo
Rosario y cuando mayor lo rezaba completo, los quince misterios todos los días.
Era gran devoto del Santo Rosario a tal punto que la Virgen le dijo un día: "Tú
serás el Domingo de estos tiempos. Promueve el Santo Rosario"
Pasaba largo tiempo frente a una imagen de la Virgen
haciendo sus oraciones y rezos, y hablándole con cordialidad y confianza, porque
estaba convencido de que la Santísima Virgen lo escuchaba...
En obsequio a la Virgen María se abstenía no sólo de
pecados mortales, sino hasta de veniales, de faltas e imperfecciones, y aún se
abstenía de cosas lícitas, solo para mortificarse y abstenerse de alguna cosa en
obsequio a María Santísima.
El amaba a María, pero María le amaba más a él, pues
siempre le concedía lo que pedía y aún cosas que nunca pidió, le concedió. La
Virgen Santísima lo libró de enfermedades, de peligros y aun de la muerte muchas
veces, por mar o por tierra; le libró de tentaciones y de ocasiones de
pecar.
Decía el Santo: "Ya veis cuanto importa ser devoto de
María Santísima. Ella os librará de males y desgracias de cuerpo y alma. Ella os
alcanzará los bienes terrenales y eternos. ...Rezadle el Santo Rosario todos los
días con devoción y fervor y veréis como María Santísima será vuestra Madre,
vuestra abogada, vuestra medianera, vuestra maestra, vuestro todo después de
Jesús".
En otro lado dice: "Ni en mi vida personal, ni en mis
andanzas misioneras podía olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo
corazón y toda amor. Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la
hace Madre mía, Madre de la Iglesia, Madre de todos. Mi relación con María
siempre ha sido muy íntima y a la vez cercana y familiar, de gran confianza. Yo
me siento formado y modelado en la fragua de su amor de Madre, de su Corazón
lleno de ternura y amor. Por eso me siento un instrumento de su maternidad
divina. Ella está siempre presente en mi vida y en mi predicación misionera.
Para mí, María, su Corazón Inmaculado, ha sido siempre y es mi fuerza, mi guía,
mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi todo después de Jesús".
"Oh Virgen Madre de Dios... soy hijo y misionero
vuestro, formado en la fragua de vuestra misericordia y
amor...
Un hombre perseguido:
No es de extrañar que un
hombre de la influencia del P. Claret, que arrastraba a las multitudes, atrajera
también las iras de los enemigos de la Iglesia. Pero las amenazas y los
atentados se iban frustrando uno a uno, porque la Providencia velaba sobre él
que se alegraba en las persecuciones. Fueron numerosos los atentados personales
que sufrió en vida. La mayor parte frustrados por la conversión de los
asesinos.
Pero fue peor la campaña difamatoria que se organizó
a gran escala por toda España para desacreditarlo ante las gentes sencillas. Se
le acusó de influir en la política, de pertenecer a la famosa "camarilla" de la
Reina con Sor Patrocinio, Marfori y otros, de ser poco inteligente, de ser
obsceno en sus escritos refiriéndose a "La Llave de Oro", de ser ambicioso y aún
de ladrón. Pero Claret supo callar, contento de sufrir algo por
Cristo.
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Ante el reconocimiento del Reino de Italia:
El 15
de julio de 1865, el gobierno en pleno se reunía en La Granja para arrancar a la
Reina su firma sobre el reconocimiento del Reino de Italia, que equivalía a la
aprobación del expolio de los Estados pontificios.
El P. Claret ya había advertido a la Reina que la
aprobación de este atropello era, a su parecer, un grave delito, y la amenazó
con retirarse si lo firmaba. La Reina, engañada, firmó. Claret no quiso ser
cómplice permaneciendo en la corte. Oró ante el Cristo del Perdón, en la iglesia
de La Granja, y escuchó estas palabras: "Antonio, retírate".
Transido de dolor al verse obligado a abandonar a la
Reina en aquella situación, se dirigió a Roma. Allí el Papa Pío IX le consoló y
le ordenó que volviera otra vez a la corte. La familia real se alegró
inmensamente de su retorno. Pero una nueva tempestad de calumnias y de ataques
se desencadenó contra él. Se puede decir de Claret que fue uno de los hombres
públicos más perseguidos del siglo XIX.
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Desterrado:
El 18 de septiembre de 1868, la
revolución, ya en marcha, era incontenible. Veintiún cañonazos de la fragata
Zaragoza, en la bahía de Cádiz, anunciaron el destronamiento de la Reina Isabel
II. Con la derrota del ejército isabelino en Alcolea caía Madrid, y la
revolución, como un reguero de pólvora, se extendió por toda
España.
El día 30, la familia real, con algunos adictos y su
confesor, salía para el destierro en Francia. Primero hacia Pau, luego París. El
P. Claret tenía 60 años.
Los desmanes y quema de iglesias se prodigaron,
cumpliéndose otra de las profecías del P. Claret: la Congregación tendrá su
primer mártir en esta revolución. En La Selva del Camp caía asesinado el
P.Crusats.
El 30 de marzo de 1869 Claret se separaba
definitivamente de la Reina y se iba a Roma.
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Padre del Concilio Vaticano I:
El día 8 de
diciembre de 1869 comenzaron a llegar a Roma 700 obispos de todo el mundo,
superiores de órdenes religiosas, arzobispos, primados, patriarcas y cardenales.
Comenzaba el Concilio Ecuménico Vaticano I. Allí estaba el P.
Claret.
Uno de los temas más debatidos fue la infalibilidad
pontificia en cuestiones de fe y costumbres. La voz de Claret resonó en la
basílica vaticana:
"Llevo en mi cuerpo las señales de la pasión de
Cristo, -dijo, aludiendo a las heridas de Holguín-; ojalá pudiera yo, confesando
la infalibilidad del Papa, derramar toda mi sangre de una
vez".
Es el único Padre asistente a aquel Concilio que ha
llegado a los altares.
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El ocaso de sus días:
El 23 de julio de 1870, en
compañía del P. Xifré, Superior General de la Congregación, llegaba el Arzobispo
Claret a Prades, en el Pirineo francés. La Comunidad de misioneros en el
destierro, en su mayoría jóvenes estudiantes, recibió con gran gozo al fundador,
ya enfermo. El sabía que su muerte era inminente. Pero ni siquiera en el
ambiente plácido de aquel retiro le dejaron en paz sus enemigos. El día 5 de
agosto se recibió un aviso. Querían apresar al señor Arzobispo. Incluso en el
destierro y enfermo, el P. Claret tuvo que huir. Se refugió en el cercano
monasterio cisterciense de Fontfroide. En aquel cenobio, cerca de Narbona, fue
acogido con gran alegría por sus moradores.
"Me parece que ya he cumplido mi misión, en París y
en Roma he predicado la ley de Dios... En París como capital del mundo, en Roma
capital del catolicismo, lo he hecho de palabra y por escrito, he observado la
santa pobreza...
Su salud estaba completamente minada. El P. Clotet no
se separó de su lado y anotó las incidencias de la enfermedad. El día 4 de
octubre tuvo un ataque de apoplejía.
El día 8 recibió los últimos sacramentos e hizo la
profesión religiosa como Hijo del Corazón de María, a manos del P.
Xifré.
Llegó el día 24 de octubre por la mañana. Todos los
religiosos se habían arrodillado alrededor de su lecho de muerte. Junto a él,
los Padres Clotet y Puig. Entre oraciones Claret entregó su espíritu en manos
del Creador. Eran las 8:45 de la mañana y tenía 62 años.
Su cuerpo fue depositado en el cementerio monacal con
una inscripción de Gregorio VII que rezaba: "Amé la justicia y odié la
iniquidad, por eso muero en el destierro".
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Glorificado:
Los restos del P. Claret fueron
trasladados más tarde a Vic, en 1897, donde se veneran. El 25 de febrero de 1934
la Iglesia le inscribió en el número de los beatos. El humilde misionero
apareció a la veneración del mundo en la gloria de Bernini. Las campanas de la
Basílica Vaticana pregonaron su gloria.
Y el 7 de mayo de 1950 el Papa Pío XII lo proclamó
SANTO. Estas fueron sus palabras aquel memorable día:
"San Antonio María
Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser
humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de
espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto
incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave
dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Siempre en
la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior.
Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como
una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de
Dios".